
“Por la restauración de Lima, en todo el sentido de la palabra”, señala un cartel de la Casa de la Restauración limeña. “La tea que dejó encendida, nadie la puede apagar”, se lee en la placa de una estatua de Murillo. “Tengo la fortuna de haber nacido en Los Andes que son la revelación de la divinidad, del cosmos”, un testimonio de la campaña “Ama tu comunidad” del Distrito San Isidro.
Un breve recorrido de Lima incluye obligatoriamente el barrio de Barranco,
lugar de bohemios. Las bohemias son diferentes y se parecen en todos lados. Los
bares son un elemento fundamental en todas ellas, en uno de ellos bebí Pisco
Souer, y cuando me lo entregaron me dijeron que esa bebida se inventó en el
hotel Maury, del centro de Lima, por si acaso algún chileno me venía a decir
que era de su país. La comida bohemia no es gourmet, almorcé en una chifa (restaurante
de comida china mezclada con ingredientes de la cocina peruana). Otro elemento
fundamental de la vida bohemia es el romanticismo, por lo que esa noche
atravesé el Puente de los Suspiros, flanqueado por este mensaje: “Al pasar por
el puente se siente el silencio propio ensoñador cual si fuera pasada lentamente
la página de un libro evocador…”.
Si seguimos viajando con lo romántico, tenemos que ir al Parque del Amor en
Miraflores, en donde se hacen maratones de besos. En algunas carreteras que
bordean al Pacífico, algunos “vigilantes” con linternas alquilan lugares para
que los enamorados pasen un rato en sus autos al caer la tarde.
El romanticismo limeño se siente también en sus viejos bares: el Palace Concert
frecuentado por escritores como Abraham Valdelomar, quien dijo “Perú es Lima,
Lima es Palace Concert y Palace Concert soy yo”, pero hoy ese lugar sagrado ha
pasado a llamarse “Cerebro” (una discoteca de mala muerte) .
En
el bar Queirolo se reunían en los 70′s los estudiantes de la Universidad San
Marcos, la primera de América. En el Cordano se daban cita los intelectuales de
los 20′s, como Martín Adán, y allí aún venden los mejores tacu-tacus (frijoles
revueltos con arroz frito).
Los nombres de los platos no siempre se parecen a sus sabores. Muestra de ello
son el “carapulcra” o “la causa”, que se vendía en las calles para reunir
dinero para comprar armas y medicinas necesarias en la guerra con Chile. Las
vendedoras gritaban: “por la causa, causa, por la causa…” Y, por supuesto, el
cebiche que inventaron los pescadores cuando comenzaron a comerse los cebos
aderezados.
Atmósfera pesada, ciudad melancólica. Al cielo, por lo gris, lo llaman “panza
de burro”. En la noche es más bien una boca de lobo. No se ve ni una estrella.
Parte de la rutina diaria de los bomberos es coartar intentonas de suicidio
desde uno de los puentes costeros al que le dicen:”hasta aquí llegan”.
En Perú está el ombligo del mundo, hay leyendas de indios que caminan sobre el
agua, habitan las inexplicables líneas de Nazca y ciudades de reyes como
Pachacamac que demuestran a dónde se puede llegar a partir de una creencia,
sólo de allí puede nacer un Imperio.